27 June 2011

NO TENGAIS MIEDO A LO NUEVO

o Los retos del sindicalismo en España


Primer tranco.


El sindicalismo ha jugado un papel no desdeñable en los importantes y vertiginosos cambios que se han operado en los centros de trabajo, en la mejora de la condición de trabajo y vida del conjunto asalariado y en la sociedad: de manera directa y, podríamos decir, “en diferido”. De manera directa mediante su acción propositiva así en la negociación colectiva como en todas las vertientes de su práctica contractual; “en diferido” a través de la repercusión del ejercicio del conflicto social. Ello no empece que, junto a los avances y éxitos innegables, hayan existido –e incluso se mantengan-- indefiniciones e insuficiencias, distracciones y errores. Pero el “beneficio de oportunidad” –el valor de lo conseguido-- es ventajoso para el sindicalismo confederal. Lo que es conveniente recordarlo a todo el mundo: a los trabajadores, a la gauche qui rie y a la gauche qui pleure. No se trata de un impúdico exhibicionismo sino de mera constatación. Para muestra ahí va el siguiente botón de oro: el nivel de cobertura de la negociación colectiva española alcanza al 80 por ciento del conjunto asalariado. Lo que lleva a un apesumbrado Guillermo de la Dehesa a considerar que este es el primer problema (sic) de la negociación colectiva (1).


De igual manera debe decirse que, también en esta difícil coyuntura de crisis económica, el sindicalismo está haciendo –posiblemente el único sujeto colectivo-- un destacado papel.


1.-- Me dispongo a enhebrar mis reflexiones, ahora en mi condición de espectador comprometido, partiendo de un fundamento: la gran novedad de estos tiempos no es la globalización, sino la profunda, veloz y permanente transformación de los aparatos productivos y de servicios, que es la causa y el motor de la globalización. O, si se prefiere de manera más rotunda: la globalización es la consecuencia –dicho a la Polanyi— de la “gran transformación”. Si se parte de esta consideración es de cajón que el análisis y sus adecuadas conclusiones de acción colectiva están en la mirada en torno a los gigantescos cambios y mutaciones de época. Esto es, a las “causas primeras”.


2.-- Que se ha trascendido –al menos en la granempresa— el paradigma fordista (no así el taylorismo) es bien sabido por los sindicalistas. Otra cosa es que las prácticas sindicales se hayan instalado en la novedad del posfordismo. Es evidente que no. La pregunta que me inquieta es, ¿entonces, por qué se mantiene todavía la cultura sindical, digamos, fordista? A mi entender, la respuesta –como hipótesis, no como certeza— radica en la inadecuación de los instrumentos, esto es, en la representación así en el centro de trabajo como fuera del mismo. Es decir, en el conjunto de la arquitectura sindical.


En mi opinión, la representación adolece de dos insuficiencias o, si se prefiere, de dos retrasos. Uno, incluso tal como es, desde hace tiempo, no está referida a las grandes mutaciones que, dentro y fuera del centro de trabajo, indican la miríada de sectores que conforman el conjunto asalariado y el que se va conformando in progress. La representación sigue estancada, por lo general salvo excepciones en algunos ramos, en el trabajador-tipo que fue dominante bajo el fordismo: varón cuarentón, de empleo fijo y con una antigüedad de cierta consideración en el centro de trabajo. Es una representación, así las cosas, muy condicionada por los idiotismos de oficio. Dos, aunque tendencialmente es cierto que en la granempresa el modelo dual de representación va dejando paso al sindicato en tanto que tal, no es menos verdad que la inmensa mayoría de los trabajadores están presentes en la mediana y pequeña empresa donde el comité sigue ostentando ex lege el monopolio de la representación. Y comoquiera que el comité, por sus características, es un instrumento autárquico y en esos centros de trabajo también se expresan los efectos de la globalización de la economía, la representación es claramente asimétrica. Peor todavía, convierte al comité en un sujeto que es incapaz de disputar, en la medida de sus posibilidades, la globalización.


Por lo demás, la forma de la sección sindical (en la granempresa, mediana y pequeña) tiene las mismas caracteristicas concebidas y puestas en marcha en tiempos de la legalización del sindicalismo democrático en la primavera de 1977. Con lo que ha llovido desde aquellos entonces…


En esas condiciones, la mirada reivindicativa y propostiva del sindicalismo confederal tiene insuficiencias clamorosas. Lo que en tiempos pasados fue virtuoso hoy parece un círculo vicioso. En ese sentido parece conveniente acudir a dos referencias históricas. Una de tipo doméstico, casero; otra referida a nuestros amigos italianos.


Debemos a Joan Peiró la lucidez y coraje de haber planteado y, fatigosamente, conseguido hacer comprender a los confederales de la CNT que el sindicalismo de oficios era una antigualla y que, por tanto, era de primera necesidad reestructurar el edificio en base a federaciones de industria. Aquello costó Dios y ayuda, pero al final Peiró se salió con la suya. Por no hablar de nuestros amigos italianos: la vieja representación de las “comisiones internas” dejó paso –con no menos esfuerzos que los de Peiró en España— a los consejos de fábrica, surgidos de las potentes luchas italianas de finales de los sesenta y principios de los setenta. El protagonismo de los sindicatos italianos fue, tras el cambio de metabolismo de la representación, bien evidente.


Primera conclusión todo lo provisional que se quiera: debe haber una relación entre las actuales formas de representación y el estancamiento de los contenidos así de las plataformas reivindicativas como de lo acordado en los convenios y el resto de las prácticas contractuales. En base a ello considero que la morfología representacional de nuestros días es un mecanismo de freno para el sindicalismo. Y de la misma manera que anteriormente se ha hablado de “beneficio de oportunidad”, ahora podemos añadir que también podríamos hablar, metafóricamente, del “coste de oportunidad” (esto es, el coste de la no realización de una inversión).


3.-- Considero, por otra parte, que no se ha reflexionado suficientemente acerca del (necesario vínculo) entre el sindicalismo nacional y el de los grandes espacios: la Confederación Europea de Sindicatos y la Central Sindical Internacional.


Comparto plenamente la opinión de Isidor Boix: En mi opinión el desfase del sindicalismo que se autodenomina “internacional”, pero que no se atreve a definirse como “global”, tiene sus causas y sus raíces en los sindicalismos nacionales, aunque no es idéntico al también probable desfase de éstos. […] Los sindicatos nacionales creen poco, aún, en la importancia del sindicalismo global (al que siguen llamando “internacional”). Pero no porque sean “descreídos”, sino porque realmente no se ha asumido, ni desde el “Norte” ni desde el “Sur”, el “interés” (la necesidad seguramente) para todos los sindicalismos nacionales de uno global fuerte y coherente, capaz de plantear la movilización en torno a intereses comunes y a mediar y sintetizar en relación con los contradictorios. Esquematizando, los del Norte intentan preservar lo suyo como si no tuviera relación de interdependencia con la globalidad. Los del Sur se limitan demasiadas veces a la denuncia genérica de los males del capitalismo, del imperialismo, y de las multinacionales, como castradora justificación permanente de sus limitaciones (2).


Lo que nos conduce a: el sindicalismo global no es –no debería ser— la actividad de las organizaciones trasnacionales, sino fundamentalmente la que se practica (la que debería practicarse) en los estados nacionales. De esa manera el sindicalismo nacional sería un sujeto activo que disputa a sus contrapartes la globalización. Hablemos sin cortapisa: todavía no se ha encontrado el encaje (más bien, el sentido de la pertenencia concreta) del sindicalismo nacional en el global. Y la situación se mantiene de manera rutinaria: las organizaciones supranacionales son organismos mirados con lejanía por el sindicalismo nacional, y éste en sus prácticas colectivas mantiene unas determinadas tendencias autárquicas. Que el sindicalismo trasnacional en los últimos tiempos se esté consolidando, valientemente, como un sujeto movilizador no contradice lo anterior.


Tiene interés, además, la siguiente consideración: el sindicalismo trasnacional no cuenta con poderes, mientras que, en el caso europeo, la contraparte institucional (las instituciones europeas) dispone de importantes instrumentos y poderes. De ahí la extrema dificultad del sindicalismo de modificar la relación de fuerzas.



SEGUNDO TRANCO


Las entradas que en diversas ocasiones ha hecho Miquel Falguera en este mismo blog sobre la negociación colectiva me evitan tratar tan importante asunto. No obstante, me interesa abordar, aunque someramente, algunas cuestiones.


1.-- En primer lugar, aún a riesgo de seguir dando la tabarra sobre la representación y el vínculo con el conjunto de las prácticas negociales, diré que si (gradualmente) se procede al traslado de todas las competencias que monopoliza el comité de empresa al sindicato podría establecerse un hiato entre la política general del sindicato y su praxis en el centro de trabajo. Por supuesto, como hipótesis. Sólo desde esa nueva asunción será posible establecer las compatibilidades entre lo particular y lo general con relación al Estado de bienestar y un proyecto general de innovación tecnológica: lo uno y lo otro vinculado a la defensa y promoción del (único) medioambiente. Se advierte amistosamente que un proyecto no es un zurzido.


En segundo lugar, pienso que las políticas contractuales, tal como las hemos conocido, han agotado el impulso que hubieran podido tener en tiempos lejanos. La razón de fondo es: sus reiterados contenidos están desubicados del nuevo paradigma postfordista, y como consecuencia de ello de ninguna de ellas ha surgido un proyecto modernizador para las relaciones laborales, la economía y la reforma de la empresa. ¿Qué alternativa, pues, existe al agotamiento (ya definitivo a los contenidos de esas políticas contractuales? Como discurso general se orientarían en tres grandes escenarios.


Primero, el Pacto social por la Innovación tecnológica. ¿Qué gran novedad exige este acuerdo? Digámoslo en palabras de Bruno Trentin: “El uso flexible de las nuevas tecnologías, el cambio que provocan en las relaciones entre producción y mercado, la frecuencia de la tasa de innovación y el rápido envejecimiento de las tecnologías y las destrezas, la necesidad de compensarlas con la innovación y el conocimiento, la responsabilización del trabajo ejecutante como garante de la calidad de los resultados… harán efectivamente del trabajo (al menos en las actividades más innovadas) el primer factor de competitividad de la empresa”. Para intervenir el sindicalismo, con su propia alteridad, necesita un nuevo instrumento de poder y control, concebido como derecho en esta fase de largo recorrido de innovación-reestructuración: la codeterminación. Entiendo por codeterminación el permanente instrumento negocial de todo el universo de la organización del trabajo que queremos que vaya saliendo gradualmente de la actual lógica taylorista. Es decir, la codeterminación como método de fijación negociada, como punto de aproximado encuentro, entre el sujeto social y el empresario, anterior a decisiones "definitivas" en relación, por ejemplo, a la innovación tecnológica, al diseño de los sistemas de organización del trabajo y de las condiciones que se desprenden de ella. Esa actividad permanente (esto es, cotidiana) le ofrece otra dimensión, itinerante, al convenio colectivo. Claro que sí, se está hablando de un nuevo derecho de ciudadanía social en el centro de trabajo, de un imprescindible acompañante de la flexibilidad”””. Fin de la cita.


Así las cosas, el pacto social por la innovación tecnológica no es exactamente un momento puntual sino un itinerario de largo recorrido. No es un cartapacio generalista sino un entramado de contenidos en el centro de trabajo, en la empresa-red, en todos los sectores de la producción y los servicios, incluido un elenco de derechos de ciudadanía social en el centro de trabajo acordes con dicha innovación tecnológica. Todo ello capaz de provocar una modernización sostenida. Por cierto, téngase en cuenta una novedad que ha pasado un tanto desapercibida: algunas deslocalizaciones apuntan, como es el caso de Alston, a un reenvío al exterior de la la tecnología y no, como hasta la presente, por motivos salariales o de costes laborales.


Segundo, la elaboración de un Estatuto de los Saberes, acompañando a lo anterior, O sea, una estrategia global de redistribución del acceso a los saberes y a la información, democratizando la revolución digital y tecnológica. Lo que tiene su máxima importancia en estos tiempos que necesitan que el sindicalismo (y la política) valore el capital cognitivo en todas sus intervenciones; una batalla a la que, lógicamente, hay que implicar a los poderes públicos. Y comoquiera que no hay batalla sin su correspondiente bocina mediática, propongo el siguiente lema: “Más saberes para todos”. Es, además, una movilización contra la ampliación de la brecha digital que puede hacer estragos (3). No quiero rehuír la responsabilidad de indiciar algunos, todavía insuficientes, apuntes. A grandes rasgos podrían ser: a) la formación a lo largo de todo el arco de la vida laboral, b) enseñanza digital obligatoria y gratuita, c) acceso gratuito a un elenco de saberes por determinar, d) años sabáticos en unas condiciones que deberán ser claramente estipuladas. Esta temática no puede ser obviada por el sindicalismo confederal, y ni siquiera parecería arriesgado suponer que su eficacia y utilidad depende de su capacidad para enfrentarse a ella. Más todavía, la importancia del saber como medio de producción es directamente proporcional a la complejidad del proceso productivo. Y si como recuerda Juan- Ramón Capella, en un trabajo de 1977, “las clases dominantes se reservan el acceso a los lugares de cristalización del saber nuevo”, la acción colectiva del sindicalismo debe disputar, explícitamente ese acceso (4).

2.— El sindicalismo es un sujeto colectivo orgullosamente democrático. Lo avalan tanto sus prácticas como las normas estatutarias. El problema no está en la democracia sino en los hechos participativos. El quid de la cuestión está en que la innovación tecnológica ha introducido una serie de novedades: de un lado, algunas de ellas interfieren la realización de las asambleas presenciales; de otro lado, la facilidad que ofrece la innovación no ha sido utilizada, por lo general, plenamente por el sindicato. De ahí que podríamos decir que, en esas condiciones, la praxis sindical es más de delegación que de participación. A tal efecto vale la pena traer a colación las palabras de Pietro Ingrao: “En mi experiencia, representación ha sido algo muy diferente de delegación. La entendía como relación entre sujetos” [Indigarsi non basta, Aliberti, 2011].


Creo que las condiciones están suficientemente maduras para implicarse en una nueva acumulación de democracia deliberativa mediante el ejercicio normado de hechos participativos, usando a fondo las innegables potencialidades que nos brinda la tecnología. Y no tanto como mera y esquemática consulta sino como democracia deliberativa capaz de aprehender los conocimientos del conjunto asalariado: el más preparado que hemos tenido el sindicalismo español a lo largo de nuestra historia. En resumidas cuentas, poniendo en el centro de nuestra actividad participativa la idea de la “soberanía social”: la voz colectiva del conjunto asalariado que indica, implícita o explícitamente, el sentido general y la orientación concreta al sindicato. Tanto para los procesos negociales como para el ejercicio del conflicto, ubicados ambos en el paradigma postfordista. Entonces, cabría preguntarse: ¿cuál es el papel, así las cosas, de los grupos dirigentes? Perdón por la tautología: dirigir, dirigir con nuevo estilo, propiciando una verdadera democracia de mandato.


Los grupos dirigentes, centrales y periféricos, no son sujetos pasivos que están a la espera de los procesos deliberativos. El nuevo liderazgo fuerte expresaría la capacidad de propuesta de un proyecto postfordista y su pormenorización, así en los momentos negociales como en el desarrollo del conflicto, la intermediación entre las diversas opciones que expresan las distintas subjetividades, dentro y fuera del centro de trabajo. Es decir, los grupos dirigentes propiciando una mayor representatividad del mundo del trabajo: de sus demandas y articulaciones profesionales, de género, sociales, culturales, étnicas, de su rico y cambiante pluralismo político. En palabras directas, buscando una nueva legitimación del sindicato general (que se estructura confederalmente) mediante una efectiva representatividad de los intereses de unas clases asalariadas cada vez más diversificadas en sus condiciones de trabajo y de vida. Justamente lo contrario de un proceso asambleario invertebrado. Una relegitimación que esté en condiciones de disputar el poder autoritariamente unilateral del ejercicio monopolista del empresario en el centro de trabajo: una desincronía entre el modelo de poder de la empresa y las nuevas formas de organización del trabajo, docet Miquel Falguera. Una relegitimación sindical, en suma, capaz de disputar la relegitimación empresarial; de esa manera la acción colectiva del sindicalismo matizar (y, a la larga cambiar) el secuestro que la economía ha hecho de la política. Es decir, establecer el conflicto organizado, de ideas y prácticas, contra “esa epifanía del entrepreneur”, según nuestro Antonio Baylos.


Tercero. El centro del Pacto social por la innovación tecnológica, la nueva praxis contractual y los hechos participaptivos tienen una estrella polar: la dignidad de la persona que trabaja, que quiere trabajar y vivir en un mundo sostenible. Hablando en plata, la humanización del trabajo y la rehabilitación del trabajo creativo. Se trata de una movilización de ideas y hechos concretos que el sindicalismo debe proponer, como sujeto extrovertido, a todo el vecindario de la ciudad democrática: las izquierdas políticas, los movimientos sociales y el mundo de la intelligentzia. El sindicalismo español está en condiciones de esas tareas.


Cuarto. El sindicalismo confederal español tiene unas buenas dosis de sujeto extrovertido que se ha ido acentuando en los últimos tiempos con motivo de la lucha contra la llamada reforma laboral y el llamamiento a la huelga general del 28 de septiembre pasado. Lo prueban sus relaciones con el asociacionismo progresista y los colectivos que se sumaron al conflicto.


La novedad de este sujeto extrovertido es que, de un tiempo a esta parte, se han promovido no pocos encuentros con una parte de ese asociacionismo, no ya para aunar esfuerzos de cara a la protesta sino con la idea de dialogar, de poner las bases de una relación estable capaz de compartir diversamente toda una serie de proyectos para transformar el trabajo. Así lo denota la actividad incesante –casi espasmódica, se diría— de la Fundación Primero de Mayo. Basta echar un vistazo su web (
http://www.1mayo.ccoo.es/nova/) para estar al tanto de sus actividades con el mundo académico, del arte, de las ciencias y las humanidades.


En resumidas cuentas, ya no se trata de relaciones a la búsqueda de aliados para ensanchar la adhesión al conflicto social, sino de búsqueda común de una suma de proyectos que objetivamente tienden a transformar el trabajo. Esta nueva relación con la ciencia reporta, obviamente, utilidades a la acción colectiva del sindicalismo confederal. Un ejemplo, entre otros tantos, es no ya la relación sino el vínculo con el mundo del iuslaboralismo.


Hemos de condecir que ese es un buen y provechoso camino. Porque el sindicalismo, en solitario, no puede transformar el trabajo. Su acción colectiva es importante, pero no basta. Y, tal vez, sea esta la condición que ha llevado al sindicalismo a acentuar su característica de sujeto extrovertido.


Por otra parte, esta nueva biografía sindical posibilita el establecimiento con las categorías profesionales de técnicos, mandos y cuadros. En estos sectores es donde se percibe, claramente, el déficit de representación del sindicalismo. En esos sectores se es menos sindicato general y existe un déficit de confederalidad.


Posiblemente no hemos visto el rompimiento de la alta dirección de la empresa con esos importantes colectivos: la ruptura del, digámoslo así, pacto de fidelidad mutua entre el alto management y la gran masa de los ingenieros y cuadros. Así, pues, se trataría de transformar el tradicional coste de oportunidad en el beneficio de oportunidad.



TERCER TRANCO


Pienso que es preciso volver a la carga con respecto a la unidad sindical. Sin precipitaciones, naturalmente. Pero sin posponerlo a un improbable momento asintótico. Porque hoy han desaparecido las principales razones que podrían justificar la inexistencia de un sindicato unitario, plural.


Han ido desapareciendo gradualmente los vínculos que ligaban a los sindicatos con los partidos amigos. Comisiones Obreras y UGT comparten habitación en la casa europea de la CES. Ambas organizaciones se están frecuentando cotidianamente en los procesos negociales y en el ejercicio del conflicto. Se podría decir con aproximado fundamento que esta forma de buena vecindad es la principal causa del prestigio que tiene el sindicalismo confederal español desde hace ya algún tiempo. De ahí el visible beneficio de oportunidad para unos y otros y, por extensión, para todos. Y, sin embargo, es ahora cuando menos se habla de la cuestión unitaria. Seguro que no estamos ante un abrenuncio: tal vez de un exceso de prudencia; de rutina, posiblemente. Ni siquiera, que se sepa, hay cuchicheo alguno.


Tengo para mí que los tiempos están maduros para reiniciar el debate sobre la unidad sindical. Para ello tendremos que considerar lo que relaciona al conjunto asalariado, en todas sus diversidades, es de tipo social, no político ni ideológico. A mi juicio esta es la argamasa de la construcción de los procesos unitarios. Y es la que debería volver a proponer el nuevo itinerario de la búsqueda de la unidad sindical orgánica.


No se trata de hacer una excursión al pasado, sino –parafraseando a Pereira— de frecuentar el futuro que va siendo cada día que pasa. Con una pedagogía hacia la juventud que se crecido en la existencia de dos sindicatos y en ayunas de un debate por la unidad sindical.


Tengo para mí que las palabras de Toxo en la clausura del último congreso confederal –“Ugt es para nosotros algo más que un aliado”— no han tenido continuidad. No han frecuentado el futuro de cada día que pasa. Porque, si Ugt es algo más que un aliado, ¿qué es exactamente?, ¿qué somos nosotros exactamente para Ugt? Primero, somos dos coaligados que, en determinados momentos, somos indiferenciables? Así las cosas, ambos son el germen potencial de ponerse de acuerdo en la construcción de una arquitectura común, sabiendo que el objeto de todo ello no es el sindicato sino el beneficio de oportunidad de estar juntos-entre sí.


Abramos, pues, una investigación acerca de las preferencias en esa dirección del conjunto asalariado. Por algún sitio habremos de empezar.



APOSTILLA FINAL


En dos grandes ocasiones congresuales Luciano Lama, aquel ciclón de la CGIL, exhortó a los congresistas con un “no tengáis miedo a los cambios” y “el miedo no es una virtud”. Tres cuartos de lo mismo nos podemos decir a nosotros mismos. Posiblemente Lama tenía en la cabeza que las grandes organizaciones tienen una tendencia natural a la inercia. No es eso exactamente lo que ocurre en la empresa.


Aunque sé sobradamente – quiero decir por experiencia propia-- que los sindicalistas somos bastante picajosos, quisiera decir, abruptamente, que la empresa ha cambiado más que las propias organizaciones sindicales. En ella se ha operado lo que dejó sentado en 1848 el famoso barbudo de Tréveris: el incesante revolucionar de las fuerzas productivas.


No tener miedo a insertar toda la praxis sindical en el nuevo paradigma postfordista. No tener miedo a ensayar nuevas formas de representación. No tener miedo a propiciar una nueva acumulación de hechos participativos como expresión de la “soberanía” del conjunto asalariado en aquellas cuestiones que le afectan en su condición trabajadora.


En muy resumidas cuentas, para que el sindicalismo confederal no caiga en las penalidades de Sísifo es conveniente que revise a fondo la herencia recibida por las generaciones anteriores. Nosotros, los “de antes”, somos no poco responsables de las asimetrías, lagunas y gangas que todavía se mantienen. Romperlas y darle nuevos vuelos al sindicalismo es, a mi entender, una tarea urgente. Sin lugar a dudas: para renovar la alteridad del sujeto social. Incluso sin la presencia de este fuerte temporal de la crisis, el sindicalismo tendría ante sí toda una serie de desafíos, probablemente tan gigantescos como los acontecimientos que provocaron los primeros andares de los movimientos sindicales europeos a primeros del siglo XIX y el periodo de transición que supuso la puesta en marcha del, primero, taylorismo y, después, del fordismo. Por así decirlo, el sindicalismo confederal se encuentra ante un desafío de grandes proporciones, a saber, cómo resolver las enormes asimetrías en las que está envuelto en esta época que, siguiendo metafóricamente a Karl Jaspers, no dudaría en calificarla de `civilización axial´. Lo curioso del caso es que, en gran medida, todas estas cuestiones se apuntan en la literatura solemne de los congresos. El problema está en el momento de la verdad, en su traslado a la negociación colectiva y el resto de las prácticas contractuales. Cuando la literatura oficial se convierta en práctica real, el sindicalismo habrá dado un paso de grandes proporciones.




(1)
http://elcomentario.tv/reggio/problemas-de-la-negociacion-colectiva-de-guillermo-de-la-dehesa-en-negocios-de-el-pais/03/04/2011/

2) Isidor Boix y López Bulla conversan sobre el sindicalismo global:
http://togapunetas.blogspot.com/2010/05/isidor-boix-y-lopez-bulla-conversan.html




(3)
http://lopezbulla.blogspot.com/2006/01/pacto-social-por-la-innovacion.html



(4) Postfacio de Juan-Ramón Capella a “La burocratización del poder” de Bruno Rizzi [Península, 1977].