18 July 2010

¿SINDICALISMO GLOBAL?


Seminario en la Facultad de Derecho de Albacete, 8 y 9 de julio 2010



La primera cosa que me viene a la cabeza es lo chocante que resulta que, en esta nueva fase que hemos entrado, la globalización, uno de los sujetos más importantes para intervenir en ella, el sindicalismo, se autodefina como internacional. A todas luces, sabemos que no es lo mismo. Porque no hay relación entre el nombre (internacional) y la cosa, vale decir, el nuevo estadio donde pretende ejercer su acción colectiva (la globalización). Así pues, no estuvieron finos los padres fundadores de la Central Sindical Internacional en Viena aquel primero de noviembre de 2006. Y, más curioso resulta, que ningún congresista cayera en el detalle. Doy por sentado que no es una pejiguería nominalista lo que estoy señalando. A mi juicio, la importancia innegable de aquel acontecimiento queda un tanto deslucida por el descuido de los padres fundadores en aquella ocasión. Permitidme un cierto desahogo personal: en puertas del congreso fundacional de la CSI me sorprendió enormemente la nula información de los sindicatos nacionales sobre aquel acontecimiento. Ni siquiera las estructuras sindicales estaban al tanto, no digo ya de las ponencias sino del evento en sí.


La segunda cosa que me ronda es que tengo la impresión que se considera “sindicalismo global” el que practican (o deberían practicar) las instancias o estructuras de ámbito supranacional. Estoy en completo desacuerdo. Cualquier convenio colectivo y cualquier práctica contractual de cualquier nivel debería ser sindicalismo global, siempre y cuando sus reivindicaciones, concretadas o no en acuerdos o pactos, se inscriban en el paradigma de la globalización. Así las cosas, la acción colectiva –en no importa qué ámbito— adquiriría una dimensión radicalmente nueva: el sindicalismo, en pura lógica con lo dicho, dejaría de ser un ente abstractamente globalizador. Y, por supuesto, el sindicalismo nacional tendría una personalidad radicalmente distinta. Sin embargo, todos sabemos que los tiros no van precisamente por ahí: el sindicalismo global sigue siendo una abstracción y los sindicatos nacionales permanecen en el solipsismo que tiene el patio de mi casa, que es particular como todos los demás.


No exagero. A los hechos me remito: la crisis que campea desde hace dos años ha pillado (todavía mas) a contrapié al sindicalismo, así el “global” como el “nacional”; de la expresión de esa crisis en Grecia podemos decir tres cuartos de lo mismo. Es más, se diría que las movilizaciones en torno al trabajo decente de octubre del 2008 no han sugerido enseñanzas globales al sindicalismo “global” ni a los sindicalismos “nacionales”. Por otra parte, en este contexto se ha dado una implosión silenciosa en los grupos dirigentes de la Confederación Europea de Sindicatos, que durante el último periodo ha trabajado a servicios mínimos. Desde luego, se nota la ausencia de
Emilio Gabaglio.


Las cosas están, sobre chispa más o menos, de la siguiente manera: “Los sindicatos nacionales creen poco, aún, en la importancia del sindicalismo global (al que siguen llamando “internacional”). Pero no porque sean “descreídos”, sino porque realmente no se ha asumido, ni desde el “Norte” ni desde el “Sur”, el “interés” (la necesidad seguramente) para todos los sindicalismos nacionales de un sujeto social global fuerte y coherente, capaz de plantear la movilización en torno a intereses comunes, de a mediar y sintetizar en relación con los contradictorios. Esquematizando, los del Norte intentan preservar lo suyo como si no tuviera relación de interdependencia con la globalidad. Los del Sur se limitan demasiadas veces a la denuncia genérica de los males del capitalismo, del imperialismo y de las multinacionales, como castradora justificación permanente de sus limitaciones”, según expresa el mismo Isidor Boix en la citada conversación [1]. Cuya traducción al lenguaje coloquial es: entre unos y otros, la casa está sin barrer.


Ahora bien, tengo la impresión de que eso ocurre por dos motivos, aunque no sabría establecer el orden de prelación: de un lado, el sindicalismo nacional no sólo no contribuye al sindicalismo global con elementos de discontinuidad sino que, de un tiempo a esta parte, parece que se (re)nacionaliza y da la impresión que se refugia en el patio de su casa, que es particular; de otro lado, el sindicalismo global no tiene los poderes convencionales que, como mínimo, le definen como sindicato. A saber, no sólo no negocia sino que no tiene contrapartes (ni siquiera institucionales) con las que pactar. Es más, el relevante marco institucional que representa la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ni siquiera se aprovecha adecuadamente, a pesar de ser el único foro donde se podría sacar algo en limpio. Lo que también es asaz chocante, toda vez que esta institución es el único foro mundial donde están representados gobiernos, sindicatos y organizaciones patronales.


Desde luego, no es irrelevante que las patronales se nieguen en redondo a organizarse a niveles supranacionales: entienden que la relación entre el coste y el beneficio de no hacerlo les es más rentable. Porque lo que realmente persiguen es que, en el estadio de la economía-mundo (una expresión que debemos a
Fernand Braudel), es preferible la inexistencia de contrapoderes con el objeto de provocar una nueva y gigantesca acumulación de capital. O sea, la misma historia que recorrió el siglo XIX. Pues bien, así las cosas, lo perfectamente lógico es que la gran prioridad del sindicalismo global debería ser la búsqueda cotidiana del poder contractual, obviamente con los gradualismos al caso. Empezando, claro está, por donde –existiendo muchas complicaciones— parece que la negociación no sería tan difícil, por ejemplo en Europa.


Es cierto lo que plantea Isidor Boix en la citada conversación: “Porque sí existen estructuras empresariales europeas, pero la mayoría se autoprohíben la negociación colectiva y se constituyen solamente como lobbys hacia la Comisión Europea y como gabinetes técnicos de las patronales nacionales o las empresas. Además, está por ver su “conciencia europea”, pues las multinacionales que mayoritariamente las integran, también las de matriz europea, se sienten más bien compañías “mundiales, “globales”. Éstas sí asumen ese ámbito para si mismas, aunque en él no se estructuran como colectivos empresariales”. Lo que plantea en el drama de las relaciones industriales algo así como una representación de la obra El Príncipe de Dinamarca sin que Hamlet salga al escenario. Todo un callejón sin salida. Porque, según el dicho inglés, not negotiation not organization, lo que haría del sindicalismo supranacional un sujeto indistinguible de cualquier movimiento alterglobalizador, esto es, un movimiento. O, pongamos por caso, una ong convencional. Pero no un sindicato. Así pues, yendo por lo derecho: no situar en primerísimo plano del proyecto organizado la apertura de espacios de negociación es ceguera voluntaria que, como es sabido, es peor que la miopía.


A mi modo de ver las cosas, en esa ausencia de poder contractual (ese no ser sindicato) está una primera explicación del irrelevante papel que ha ejercido el sindicalismo supranacional en lo que llevamos de crisis económica. Digamos que cada cual ha leído la crisis en función de unos problemas que consideraba domésticos. De donde infiero que, además, calificar las estructuras supranacionales como “coordinadoras” me parece una exageración afectuosa. ¿Qué proyecto global o supranacional han “coordinado”? ¿qué formas de acción colectiva han coordinado? Porque, tanto ahora como en otras ocasiones, da la impresión de la inexistencia de un proyecto común, de un lado; y, de otra parte, cada cual que se ha movilizado, lo ha hecho sin una referencia general. Lo diré festivamente, algo así como un conjunto de retales diversos (y dispersos) que, como es natural, no acaban de conformar algo similar a un vestido.


Bien, lo duro no es –por el momento— que eso sea aproximadamente de esa manera. Lo chocante es que nada se diga al respecto, la inexistencia de explicar que las cosas están así, la falta de reflexión. Lo que conduce inevitablemente a la inexistencia de un proyecto capaz de organizar gradualmente la transición hacia un sujeto no mutilado de poderes contractuales, justamente los que le definen como sindicato. Y sin embargo hay algunas luces que, aunque minoritarias, muestran que en algunos ámbitos existen embriones de poder sindical.


En el título que caracteriza estas jornadas se habla de la necesidad de ofrecer propuestas. Decididamente no quiero dar un recetario, porque no conozco poder sindical supranacional con voluntad de estructurar un proyecto que desee estructurarse como tal, como poder contractual. No es pesimismo sino la constatación de un hecho. De manera que me limitaré a situar lo que, a mi entender, son los prerrequisitos necesarios (no sé si suficientes) para enhebrar los pespuntes de querer (y llegar a ser) sindicato.


El sindicalismo del Estado nacional debe impregnarse de acción global en todos sus planteamientos programáticos y, más concretamente, en su poder contractual cotidiano. Y, unido indisolublemente a ello, el sindicalismo del Estado nacional –pongamos que hablo del caso español-- debe encontrar el modelo de representación más aproximado para que dicha acción reivindicativa se acerque lo más posible a la forma sindicato. Lo que tenemos delante de nuestros ojos es, para decirlo educadamente, manifiestamente mejorable. Pero si fuéramos unos deslenguados diríamos que lo actual va dejando de ser útil.


Hay un ejemplo de convenio colectivo que expresa lo que quiero decir: el español del Textil y la Confección del 2006 – 08. Este convenio ha abierto la posibilidad de que las Federaciones sindicales internacionales (europea y mundial) puedan estar presentes en los procesos de balance e información en el ámbito de las empresas trasnacionales textiles y de la confección que operan en España: una medida que, de extenderse, podría ser francamente provechosa. Francamente, pienso que una parte considerable de los convenios españoles y de otros países podrían contagiarse de esta cláusula canónica [2]. Pero eso dependerá no exactamente de un forzado voluntarismo sindical sino de un primer cambio de metabolismo, vale decir, de la asunción de la no compatibilidad del sindicalismo internacional con el nuevo paradigma de la globalización en los hechos concretos.




[1]
ISIDOR BOIX Y LÓPEZ BULLA CONVERSAN SOBRE EL SINDICALISMO GLOBAL, http://iboix.blogspot.com/2010/05/isidor-boix-y-lopez-bulla-conversan.html



[2] José Luís López Bulla. Códigos de conducta y presencia de las internacionales sindicales en el convenio textil-confección (
http://www.ctescat.cat/scripts/larevista/article.asp?cat=22&art=527 En la Revista on line del Consell Econòmi i Social de Catalunya.